Escritos y publicaciones

 

Cástaras en la prensa

 

Cástaras y el tesoro de la cueva Fresca

Una leyenda creada por José Manuel Fernández y publicada en el suplemento DVM del diario IDEAL el viernes 17 de abril de 2015 dentro de la serie «Las leyendas de nuestros pueblos».

El periodista creador, basándose en páginas históricas publicadas en Recuerdos de Cástaras, ha creado una leyenda sobre supuestos tesoros encontrados en la cueva Fresca e imaginarias traiciones de Ángelo Napolitano, uno de los repobladores de Cástaras, a los moriscos que se ocultaron y murieron en la misma cueva en 1569.

La página con la leyenda publicada por el diario IDEAL el 17 de abril de 2015.

 

LEYENDAS DE NUESTROS PUEBLOS

Castaras y el tesoro de Cueva Fresca

La ambición de Ángelo Napolitano y la venganza de los moriscos a los que traicionó y quemó vivos.

La carretera serpenteaba por la montaña entre sorprendentes paisajes de singular belleza encajonados en la vertiente sur de la Alpujarra. Antes de coger el desvío que conduce al pueblo, me encontré con las Minas del Conjuro, evocador nombre para las que fueron antaño uno de los motores económicos de la comarca a la sombra del mineral ferruginoso y que cerró hace ya tiempo por no sé qué  'conjuro' de intereses. Años después la Universidad de Granada las rescató en un colosal proyecto de residencia y centro de visitantes que, debido a la crisis, se quedó en eso, en proyecto.

Seguí el camino que me conduciría hacia la preciosa villa a media montaña. ¡Cástaras... que maravilla! Como diría uno de los personajes de mi amigo Paco Martin Morales.

Parece ser que el topónimo de Cástaras proviene del latín 'Castrum'. Así llamaban los romanos al asentamiento situado en lugares muy altos. La población se sitúa en las cercanías de la confluencia de los barrancos de La Alberquilla y Fuente Medina. Colgada de los riscos sobresale como la proa de un blanco barco que mira hacia el sur, hacia el Mediterráneo.

En compañía de su alcaldesa, Yolanda Cervilla, fui descubriendo lugares con encanto. Así la iglesia del siglo XVII, dedicada a San Miguel, buena muestra de la arquitectura religiosa mudéjar. Camino a Nieles se encuentra la ermita de la Virgen de Fátima, excavada en roca caliza de singular belleza, y en el centro del pueblo está la Fuente de los Cuatro Canos, emblema del lugar. Este pueblo, dividido en tres barrios, alto, medio y bajo, tiene entre sus cimientos una cueva con una enigmática historia.

Cuenta la Leyenda que... Pocos conocían Cueva Fresca. Nadie en su sano juicio se aventuraba a entrar en las entrañas de aquella gruta. Decían los más viejos del lugar que allí moraban treinta y siete almas de moriscos quemados a manos de las tropas del Comendador de Castilla durante la rebelión de las Alpujarras. Pero empecemos por el principio... Habían pasado casi cuatro anos desde que acabo la contienda y, tras ella, la expulsión de los moriscos, dejando pueblos abandonados y cultivos desatendidos. Fue el rey Felipe II el que decidió repoblarlos con familias de Castilla, Galicia, Jaén o, en el casa que nos ocupa, con un italiano, Ángelo Napolitano, como se le conocía en el pueblo. Veterano soldado de los viejos tercios, se alistó en el ejército de su majestad para buscar fortuna en esta contienda y, una vez concluida, se quedó por estas tierras solicitando casa y tierra de cultivo para comenzar una nueva vida, otorgándole una de las suertes que se sorteaban entre los repobladores.

Al principio su trabajo consistió en restaurar la casa que le tocó cerca de la fuente de los cuatro caños, muy deteriorada por el tiempo y la guerra. Otros repobladores también se afanaban en sus casas y tierras pues tenían que recuperar muchas de las acequias que habían sido abandonadas y que serian indispensables para el cultivo. Todos en el pueblo ayudaban en la reconstrucción, menos Ángelo, que tenía otras prioridades.

Una mañana bien temprano cogió unos cuantos hachones, su vieja espada y unos sacos de arpillera basta y salió camino al lavadero bajo introduciéndose en una abertura de la roca que no tendría más de un metro de diámetro. Una vez dentro encendió uno de los hachones y ante él apareció un pasadizo rocoso que se adentraba en las entrañas de la tierra de Oeste a Este, justo debajo del pueblo. Era Cueva Fresca. Su sombra avanzaba en una danza diabólica que reflejaba los vaivenes de la antorcha y con paso firme anduvo casi una hora por el interior, cuando de repente se paró y miró el pergamino que tenía en su mano y que dibujaba unas líneas quebradas con círculos en determinados puntos. En uno de ellos aparecía escrita la palabra 'lago'. Ángelo levantó la antorcha y vio a unos veinte metros un pequeño lago rodeado de estalagmitas que se encontraban en el centro de la gruta.

—¡Por fin te encontré! Saciaré mi sed y después me ofrecerás lo que he estado esperando estos cuatro años.

Se inclinó para beber, viendo reflejada en el agua una figura detrás de él mirándolo por encima de su hombro. Los pelos se le pusieron como escarpias y de un golpe rápido atizó con la antorcha al visitante, pero solo encontró el aire húmedo de la cueva. ¡No podía ser, lo habia visto! Volvió a levantar la antorcha para asegurarse que no había nadie con él. ¡Seguro que son figuraciones mias! Se dijo para tranquilizarse. Volvió a mirarse de nuevo en el lago y encontró un rostro desfigurado con un turbante blanco y ojos sin pupilas. Parecían dos oscuras cavenas sin rastro de vida.

—¿Por qué has vuelto? Resonó una voz profunda en la cueva.

Ángelo, mirando para todos lados, lejos de amilanarse respondió con firmeza:

—He vuelto a recoger lo que me pertenece.

—Pues ahí lo tienes, en el fondo del agua.

Ángelo se apresuró a mirar, descubriendo un inmenso tesoro que brillaba a la luz de la antorcha.

—Pero nunca serà tuyo... Nos traicionaste, maldito italiano. Llegamos a un acuerdo y nos vendiste al Comendador de Castilla. Después de dejar todas nuestras alhajas y joyas como pago por escondemos en la cueva, viniste con tus compañeros y nos distes fuego abrasándonos vivos.

—¡Yo no fui quien os delató! ¡Cumplí con lo convenido!

—Sabemos que fuiste tu el que llevo las cartas que el rey Aben Aboo escribió al gran Sultán de Turquía pidiendo ayuda. Fue la prueba que necesitabas para condenarnos a muerte dentro de la cueva y así quedarte con el tesoro.

—¿Y qué me va hacer un espíritu que solo se refleja en el agua?  Dijo mofándose el italiano.

En ese momento una ráfaga de viento apagó la antorcha. Los ojos del italiano no podían creer lo que estaba sucediendo. De las paredes de la cueva iban saliendo cuerpos desfigurados que se dirigían hacia él cogiéndolo de la cabeza, de los brazos, de las piemas... Todos tiraban de él. Contó treinta y siete antes de que la antorcha volviera apagarse. Un grito aterrador resonó en las entrañas de la tierra.

Nadie supo lo que le pasó al italiano. Algunos dijeron que se fue del pueblo porque no era hombre de doblar el espinazo trabajando; otros, que se volvió a su tierra al sentir añoranza. Pero lo cierto es que corrió el rumor de que en Cueva Fresca había un tesoro y que nadie en su sana juicio entraría a buscarlo.

Copyright © Jorge García, para Recuerdos de Cástaras (www.castaras.net), y de sus autores o propietarios para los materiales cedidos.

Fecha de publicación:

17-8-2015

Última revisión:

2-05-2023