Escritos y publicaciones

 

Homenaje a Jean-Christian Spahni

 

Un viaje a través de La Alpujarra...

 

Poco después de que el periodista José Corral Maurell informara sobre las actividades de Jean-Christian Spahni en La Alpujarra a mediados de 1958, el mismo diario publicó el siguiente artículo redactado e ilustrado por el propio etnólogo, en el que Sphani, con la franqueza que siempre lo caracterizó, da cuenta de su primer viaje por La Alpujarra y de las dificultades que entrañó, a pesar de las cuales sería el inicio y trazado del camino para posteriores y más fecundas incursiones.

Con pasión no disimulada, Spahni escribe del paisaje y del paisanaje, de las múltiples facetas de la comarca, de sus pueblos, de la Contraviesa, como pedazo de cielo caído con cortijos sembrados en los lugares que ocuparían las estrellas... Y del hombre alpujarreño, de su dura y amarga existencia, y de la generosidad que él halló en los corazones alpujarreños, escondida bajo una capa de rudeza que curtieron las férreas condiciones de vida... Ideas que un año más tarde desarrollaría con amplitud en la obra L'Alpujarra: Secrète Andalousie, difundiendo al mundo sus sensaciones y entusiasmo por La Alpujarra, «un rincón del planeta donde la vida tiene todavía una explicación.

 

Un viaje a través de la Alpujarra

es viaje de sorpresas continuas para la vista y para el espíritu

 

 

 

Por el Profesor

JEAN-CHRISTIAN SPAHNI

Desde el maravilloso poema romántico e histórico de Pedro Alarcón se ha escrito mucho sobre la Alpujarra. Con ciencia, se ha hablado de geología, de historia, de agricultura, de urbanismo, de caza y de pesca. Pero muy poco se ha dicho sobre lo más importante, es decir, sobre los habitantes, de que se tienen ideas erróneas y bastante gratuitas. No me hacía falta más para invitarme a visitar aquella región, que me parecía algo misteriosa. El primer viaje lo hice en el año 1954, en compañía de un amigo granadino, don Emilio Fuentes Laguna. Apenas sabía yo el español. Recién llegado a Granada, viniendo directamente de Londres (donde viven 10 millones de habitantes), no podía ser el contraste más grande... Tuve que luchar contra muchas dificultades. Primero, contra el calor, pues viajamos andando, en pleno mes de agosto, cada uno bastante cargado. También contra la comida, algo monótona y a la cual no estaba todavía acostumbrado. Contra la nervosidad perpetua, por no comprender lo que se decía entre la gente y mi compañero. Por lo tanto, me resultó todavía más violenta la acogida de algunos pueblos, que nos trataron con extrañeza y desconfianza. Varias veces me irrité y me puse insoportable. Fue una expedición difícil, prematura. Pasé malos ratos de impaciencia, de ira y de tristeza, por no estar todavía en condición de comprender. Pues, la culpa la llevaba yo, enteramente. Sin embargo, regresé a Granada con el deseo de volver un día a la Alpujarra, impresionado por ese mundo para mis ojos completamente nuevo. El diario que escribí aquel año está lleno de observaciones y de juicios que, a pesar de mi incapacidad de entonces, no debían de cambiar mucho.

Cambia el paisaje en cada curva

Casas antiguas y típicas del pueblo de Trevélez (Foto Spahni).

Durante tres años, estuve muy atareado por mis excavaciones en Píñar, donde descubrí restos del hombre de Neardental; por el estudio de los dólmenes de Gorafe, con la colaboración de don Manuel García Sánchez; por mis investigaciones en varios lugares de la provincia nuestra; luego, por mi hallazgo, hace poco, de numerosas pinturas rupestres en cuevas de la provincia de Cádiz. Sin embargo, el verano pasado, aprovechando unas semanas de descanso, volví a la Alpujarra, recorriendo el mismo trayecto que el del año 1954. Hablaba algo mejor, de español. Conocía mejor la vida de Andalucía. Había tratado con el mismo pueblo. Por lo tanto, hice un viaje estupendo. En muchos sitios, se acordaba de mí la gente, lo que me agradó mucho. Vi y estudié muchas cosas. Sobre todo, hice amistad con los habitantes hasta el punto de que ahora, cuando vuelvo por allí —ha llegado a ser una costumbre para mi el viaje por los Alpes alpujarreños—, que sea en Trevélez, en Torvizcón, en Murtas, en una choza de la alta montaña o en un cortijo de la Contraviesa, recibo una acogida afectuosa, sincera y conmovedora. Y nunca tengo el sentido de estar fuera de mi propia casa.

Ya me sorprendió la Alpujarra la primera vez que la vi, por su diversidad geográfica y etnográfica. Cambia el paisaje en cada curva del camino; cambia la gente en cada pueblo, cada uno de aquéllos teniendo su personalidad, siendo como un pequeño universo con sus leyes y su razón de ser.

Pues la Alpujarra tiene varias caras. Hay, en el norte, una Alpujarra alpestre, con sus picos cubiertos de nieve, sus castaños, sus águilas, sus pueblos colgados. No falta el agua allí, que fluye de todas partes y que se lleva hasta la llanura, llena de todas las tierras de la montaña. En el sur, hay una Alpujarra del litoral que vive de la misma vida del mar. A lo largo del Mediterráneo se extiende una larga cordillera, la Contraviesa, sembrada de cortijos, tal como un pedazo de cielo caído con casas, donde tendría que haber estrellas... En su pie, hacia dentro del país, se halla una zona sin límites, un mundo de rocas, de barrancos y de colinas de todos los colores. Aquí y allí se ven unas manchas verdes. En esos oasis inesperados, viven gentes y bestias. Otras sierras cloturan al este y al oeste esa región de contrastes tanto más inesperados cuando ocupan una superficie de terreno bastante reducida.

 

El pueblo de Murtas, entre los almendros de la Contraviesa  (Foto Spahni).

Viaje de sorpresas continúas

Un viaje a través de la Alpujarra, pues, es un viaje de sorpresas continuas, no sólo para la vista, sino también para el espíritu. Despoblada cuando la Reconquista y luego repoblada con gente venida del Norte, ha guardado, sin embargo, la Alpujarra una fisonomía particular que no han modificado todavía ni el tiempo ni el maquinismo. Sin duda ninguna hay muchos rasgos gallegos y extremeños entre los habitantes de hoy día. Se pueden comprobar por un folklore riquísimo. Pero hay más todavía.

¿Qué decir de Torvizcón, de ambiente africano acusado? ¿De Albuñol, con una rambla fértil que evoca el Lejano Oriente? ¿De Trevélez, que ha de sufrir todos los años una hibernación debajo de una espesa capa de nieve? ¿De Murtas, algo austera y aristócrata, que parece un pueblo castellano? ¿De Ugíjar, con sus torres, sus balcones y sus rejas, auténtico cuadro de poemas árabes? ¿De Sorvilán o de Rubite, en un paisaje del Mediterráneo oriental? ¿Qué decir también del transporte de troncos por medio de los torrentes de alta montaña, parecido al que se usa en el Canadá? ¿De la pesca en el mar con anzuelos de la época primitiva? ¿Y qué decir de las canciones de muleros de la Contraviesa, semejantes a las de Asturias, y del fandango de los cortijos, a la vez de esencia árabe y profundamente andaluz?

Existencia dura y amarga

Claro que no es del todo fácil la vida en la Alpujarra. Ni mucho menos. Tiene el campesino de allí una existencia dura y amarga, de sacrificios. Debe arrancar a la tierra, a fuerza de sus brazos, lo imprescindible para comer y entretener a su familia. Es un hombre rudo, de una brutal franqueza, como el cuadro en que nace, lucha y sufre. Es menester tratar con el alpujarreño, conocerlo bien, quererlo antes de ser por él querido. Ir a él con el corazón en la mano. Pues debajo de esa rudeza, debajo de esa piel curtida por el sol y el aire, vibra un alma humilde, profundamente cristiana, y late un corazón capaz de generosidad y de desinterés. He viajado mucho; he conocido a muchos pueblos. Pero en muy pocos sitios, como en la Alpujarra, he encontrado dichas virtudes. Y las emisiones mías, radiadas por Radio Suiza, que llamo «La Alpujarra, paraíso perdido», merecen plenamente ese titulo. No lo puse por atraer la atención de mis auditores, sino porque lo pensaba así.

Un paraíso al margen de una civilización demasiado agitada, donde se respeta el silencio. Un silencio que no está vacío, sino lleno de sueños, de palabras, de confidencias. Como ese silencio, entre dos coplas de mulero, que prolonga la emoción del verso.

En la Alpujarra aprendí muchas cosas, no sólo en el dominio de la ciencia, sino desde un punto de vista esencialmente humano. No voy a negar el progreso, ni la máquina, ni los viajes a la Luna ni a Marte. Pero, a pesar de nuestra cultura y de nuestra sabiduría, de que hacemos mucho caso, existen también lecciones que no tendríamos que olvidar, pues son lecciones de siempre y de valor eterno. Es por eso que no me hacen mucha gracia las sonrisas, los honores o las criticas de tantas personas para las cuales las cosas sencillas y auténticas del corazón han llegado a ser letras muertas: Mi agradecimiento para la gente de la Alpujarra no es el de un científico que está llevando a cabo, con la ayuda del prójimo, un estudio extenso y completo. Más bien es el de un hombre plenamente feliz por haber encontrado un rincón del planeta donde la vida tiene todavía una explicación.

 

Pintura neolítica de Albuñol, representando un carnívoro (tamaño natural).
Dibujo de J. C. Spahni

 

Hallazgos arqueológicos en Albuñol

A sólo un centenar de metros de la célebre cueva de los Murciélagos, que tantos interesantes objetos de valor ha proporcionado a los arqueólogos —entre los cuales, la diadema de oro hoy expuesta en el Museo Arqueológico de Granada—, se hallan muchos abrigos bajo roca, que llamaron mi atención cuando pasé por Albuñol, hace unos días. En uno de ellos descubrí, a cerca de un metro del suelo, una pintura neolítica bastante bien conservada, de color rojo, representando un carnívoro. Es el vestigio de una serie de figuras, como lo atestiguan huellas de pintura en otras partes de las paredes de la misma, pero ya desgastadas por el tiempo y los pastores que allí descansan. Me extraña mucho que los arqueólogos que hasta la fecha han estudiado la cueva de los Murciélagos y sus alrededores. no hayan visto dicha pintura. Todavía más me extraña que no hayan hablado tampoco de una colina, bien visible desde la carretera de La Rábita a Albuñol, al este de este último, de forma típica, en cuya cumbre, perfectamente llana, recogí numerosos restos de cerámica eneolítica y comprobé la existencia de una muralla, hoy en ruinas, y de fondos de cabañas. Ese poblado fortificado ocupa una situación estupenda, a la misma entrada de las Angosturas, donde se halla la cueva de los Murciélagos. Mis hallazgos vienen a confirmar la importancia de la región de Albuñol en los tiempos prehistóricos y la necesidad de realizar allí investigaciones de gran amplitud.

 

 

Jean-Christian SPAHNI: «Un viaje a través de la Alpujarra es viaje de sorpresas continuas para la vista y para el espíritu». IDEAL. Granada, (3-7-1958),  año XXVII, nº 8050, pp. 14-13. Reproducido por cortesía de IDEAL.

 

 

 

 

 

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Fecha de publicación:

2-11-2010

Última revisión:

11-02-2023